domingo, 10 de mayo de 2009

El hoazín

El hoazín u hoatzín o pájaro fétido (Opisthocomus hoazin), llamado así por el olor desagradable que emana, presenta unas características anatómicas tales que dificultan en gran manera su clasificación sistemática. En esta obra, siguiendo a la mayoría de los estudiosos, se sitúa en una familia de por sí (Opistocó-midos) y forma parte del orden de los Galliformes. Mide 30 cm de longitud (con otros tantos de cola), es de color oscuro con manchas blancas en el lomo y posee las zonas inferiores más pálidas; las plumas remeras son de color marrón; su larga cola es bastante oscura; la cabeza está adornada con un penacho de plumas eréctiles.



Son típicas entre sus características anatómicas la forma y aspecto del buche, hasta tal punto dilatado que provoca dislocación de las espaldas y del esternón, así como una reducción de la curva del esternón y de los músculos utilizados para el vuelo. Ciertos rasgos del hoazín parecen incluso entroncarlo con aves actualmente extinguidas.

La estructura del ala recuerda, en el individuo joven, la del Archaeopteryx, debido a que los dedos primero y segundo poseen verdaderas uñas, movidas por unos músculos particulares, que ayudan al animal a agarrarse a las ramas de los árboles, a los que consigue trepar a la manera de algunos reptiles. El desarrollo de las plumas rémiges sufre un retraso, probablemente como consecuencia de esta adaptación específica.



Características del ave hoazín



Nos encontramos pues frente a un "fósil viviente" o frente a un eslabón de conjunción entre las aves primitivas y las más evolucionadas, aunque sólo sea considerando la estructura del buche que, como señalábamos anteriormente, tiene unas dimensiones insólitas y está constituido por una larga serie de cámaras separadas, dentro de las cuales, y al pasar de una a otra, se comprime y tritura el alimento. La dieta de esta ave está integrada por hojas, flores y frutos de diversas plantas y se completa ocasionalmente por pececillos o pequeños cangrejos capturados en aguas someras.



Las crías se alimentan del amasijo que se forma en el buche de sus padres, hasta el que llegan introduciendo la cabeza en la boca de aquéllos. Aun cuando las crías sean nidícolas, muestran muy pronto una franca tendencia a explorar las zonas circundantes, lo que efectúan ayudándose con las uñas que tienen en las alas y con su robusto pico, que les permite trepar por los árboles. Sin embargo, sucede a menudo que de pronto se hace necesario protegerse de los enemigos, en cuyo caso las crías se lanzan rápidamente al agua, donde nadan con gran habilidad y se zambullen para reaparecer un poco más lejos y encaramarse a otro árbol.

sábado, 18 de abril de 2009

Las morsas

Ha llegado la hora de enfrentarnos por primera vez a un rebaño de morsas del Ártico. Después de mucho buscar en la nieve y la bruma, y con la ayuda de nuestro guía esquimal, en apariencia indiferente a las condiciones climáticas para nosotros insoportables, encontramos por fin las morsas en esta herniosa mañana primaveral. Amontonadas unas sobre otras, van a la deriva sobre un témpano de hielo.




Los manuales de zoología nos enseñan que se trata de mamíferos pinnipedos cuyo nombre científico es Odebenus rosmarus. Los esquimales las llaman a veces «las que marchan con los dientes». De hecho, es común ver a una morsa izarse sobre el hielo sirviéndose de los dos largos colmillos que caracterizan a la especie.




Importancia de las morsas para los hombres del ártico




Los machos miden entre tres y cinco metros, y las hembras tres metros aproximadamente. Los primeros pesan entre 1.000 y 1.500 kilogramos; las segundas cerca de 800. La especie se divide en tres subespecies: las morsas del Ártico, las del mar de Laptev y las del Pacífico. Algunos autores hacen otra clasificación, que comporta solamente dos subespecies. Se calcula que, a mediados del siglo XVIII. vivían en el Pacífico unas 200.000 morsas. En la actualidad quedan menos de 45.000.


Anualmente, una parte de esta población desaparece todavía a manos de los cazadores; por desgracia, el índice de natalidad entre las morsas apenas supera el 10 por 100. Al final, no se puede sino temer la extinción de la especie. Sin embargo, algunas de las medidas de protección adoptadas recientemente hacen pensar en su supervivencia. Hoy día, sólo los esquimales y los chukches —población indígena del extremo nororiental de Asia— pueden cazar morsas, estando estrictamente limitado por la ley el número de animales abatidos.




Pero, ¿por qué esta caza despiadada, que ha reducido la población de morsas al grado de amenazar la supervivencia de la especie?




La respuesta es sencilla. Para los hombres del Ártico, la morsa representa una fuente de subsistencia que responde a sus necesidades fundamentales. La muerte de una morsa asegura por mucho tiempo la vida de toda una familia esquimal.

Liberacion de los osos marinos

Día 16 de abril. Una jornada de gran importancia para Cristóbal y Pepito. Por primera vez, después de treinta y seis días de navegación, vuelven al mar. Un mar muy diferente del que conocían. El Calypso ha echado anclas en Tobago Cays, en la isla Granadina. Con redes, hemos cerrado una pequeña bahía rocosa donde los osos marinos sudafricanos nadarán en compañía de los hombres.

Falco y Coli serán sus compañeros de inmersión. Pepito está tranquilo, y Cristóbal se adapta poco a poco a la vida en común con Bébert, que nunca le deja solo. Falco es el primero en echarse al agua, mientras deseamos que a Cristóbal —el rebelde— no se le ocurra alejarse y huir. Por fortuna, nos equivocamos de medio a medio. Permanece tranquilo junto a su amigo, al contrario que Pepito, el cual manifiesta su independencia nadando rápidamente alrededor de la bahía, tratando de descubrir dónde se encuentra, y por dónde podría escapar.



Durante unos días, los hombres nadan junto a los osos marinos. Viendo que todo transcurre normalmente, y que los animales se han acostumbrado a su nuevo habitat y que les agrada echarse al agua con sus amigos, decido pasar a la siguiente etapa del experimento, cuyo éxito depende enteramente del grado de confianza que los osos marinos hayan adquirido respecto de sus compañeros humanos.

Deseamos fervientemente que ya para entonces se hayan establecido los mismos lazos entre ellos que los que, desde hace milenios, unen al perro y al hombre. El 1 de mayo. Falco y Coli se zambullen nuevamente, con las manos llenas de calamares frescos para incitar a Pepito y Cristóbal a seguirlos. Sólo unas boyas al cabo de unas cuerdas que les hemos atado, podrán ayudarnos a recobrar a los dos pinnipedos si deciden aventurarse a alta mar.



Liberacion de los osos marinos al mar



Pero la experiencia adopta un aspecto positivo. Nadando cerca de Coli y de Falco, las otarias se dirigen hacia el fondo de la bahía para reanudar los juegos a los que están habituadas en su «privado» parque submarino. Esta nueva iniciativa, coronada por el éxito, me convence de que los animales están dispuestos a afrontar una nueva prueba de confianza: la del hombre y el mamífero marino totalmente libres en la inmensidad oceánica. Experiencia crucial...



En la mañana del 3 de mayo, izamos a bordo las redes. Pepito y Cristóbal ignoran evidentemente que hoy nadarán a mar abierto sin la menor traba, que serán perfectamente libres de escapar, y que sólo su propio deseo podrá retenerlos cerca de los hombres que, desde hace días, los han mimado, nutrido y acariciado con afecto y dedicación. Por el contrario. Coli y Falco se preguntan angustiosamente sobre el resultado de su trabajo: ¿se han ganado definitivamente la amistad y la confianza de estas graciosas criaturas?



Pepito es el primero en sumergirse, seguido por Raymond Coli. Luego se echan al agua juntos Falco y Cristóbal. Los osos marinos suben rápidamente a la superficie, como para orientarse; los hombres se quedan parados y esperan. Entonces, sin la menor vacilación, Pepito y Cristóbal se les acercan para invitarlos a jugar. Inolvidable momento: ha nacido una verdadera amistad.



Cuando los cuatro suben a bordo, se disipan los escrúpulos que desde hace días me atormentaban. Ahora sé que el hombre no es necesariamente sinónimo de peligro y de muerte para las otarias. He comprobado, con mucho agrado, que mi propia especie y el mamífero marino pueden vivir juntos, como amigos leales, por poca.

domingo, 22 de marzo de 2009

La vida del delfín


Desde hace años un sueño me persigue: fijar una cámara al lomo de un delfín para filmar su propia vida y la de sus congéneres. A menudo he fantaseado sobre las imágenes que proporcionaría experimento semejante: zambullidas como para cortar la respiración en el agua azul que centellea alrededor del objetivo igual que fuegos artificiales; raudas subidas cegadoras hacia el sol cuando el operador salta en el aire; tiernas escenas entre los miembros del grupo...




Con un poco de suerte, mi delfín cineasta filmaría el nacimiento de un retoño de su especie y su amamantamiento. Nos mostraría los apareamientos...



La vida del delfín mostrada por el mismo




Yo he tenido a menudo mucha suerte en mis empresas, e incluso ésta no me parecía del todo imposible. Fabricamos un arnés adaptado al cuerpo del delfín, sobre el que podía instalarse una cámara. Capturamos un animal escogido a propósito por su gran tamaño y su robustez. La operación, por eso, fue larga y difícil, de modo que cuando hubimos * ajustado la cámara sobre el lomo del animal y lo soltamos, la manada de la que le habíamos sacado se había alejado ya. Nuestro operador aficionado hizo cuanto pudo por acercarse a sus compañeros, pero no consiguió alcanzarlos.


Debilitado por las emociones de la captura, con todo el peso del arnés y de la cámara, entorpecido en todos sus movimientos, era incapaz de alcanzar al pelotón. Le recuperamos desde el bote neumático para desembarazarle del equipo y le soltamos nuevamente.



Días después de esta primera decepción, capturamos un ejemplar más corpulento todavía, teniendo cuidado esa vez de soltarle en medio del grupo. La desilusión fue completa. El animal nadaba a pesar de todo más lento que sus compañeros. Estos últimos no sólo le dejaron atrás rápidamente, sino que hicieron luego lo imposible para evitar que se les acercara. Tenían miedo de él, desconfiaban, le evitaban deliberadamente. Volvimos a liberar a nuestro segundo «delfín cineasta» del equipo que le hacía extraño a su propia familia. Cuando equipamos a un tercer delfín con un emisor de radio, los resultados fueron peores aún.

domingo, 15 de febrero de 2009

El territorio de los osos marinos

Para aparearse y reproducirse, los osos marinos de El Cabo eligen preferentemente las islas cercanas a la costa occidental de la parte más meridional del continente africano.


Grandes o pequeñas, rocosas, batidas a veces por las aguas mezcladas de los dos océanos, estas islas abundan en los confines del Atlántico y del océano Índico. Nosotros, por nuestra parte, vemos poca diferencia entre las tierras situadas inmediatamente al este de El Cabo y las que limitan con el oeste.



Cual es el territorio donde habitan los osos marinos



Más selectivos que el hombre, los osos marinos sólo habitan estas últimas. Quizá la temperatura del océano Indico sea algo más elevada en esta zona para animales que viven con preferencia en los mares fríos. Dejando atrás los innumerables atolones del océano Indico, el Calypso pone proa hacia la ciudad de El Cabo y las islas adyacentes, donde nos dedicaremos a una pacífica caza fotográfica de aves, pingüinos y otarias.


¿El único defecto de los pinnípedos? El olor repugnante que se desprende de los sitios que habitan. Playas, rocas e incluso las olas del mar están infestadas por su orina y excrementos. Ágiles y graciosas tanto en tierra como en el agua, las otarias se revuelcan en sus deyecciones como los puercos. Nuestro olfato es más delicado. Cuando cambia el viento en dirección nuestra y nos envía esos apestosos efluvios, se nos revuelve el estómago.

martes, 20 de enero de 2009

Las hormigas melíferas

En los desiertos de Sudamérica, África, Australia y el suroeste de Estados Unidos, las hormigas melíferas almacenan los jugos azucarados de algunas plantas o las secreciones dulces de los pulgones, cuando abundan, para consumirlos durante la estación seca. En cada hormiguero se escoge a varios cientos de obreras para que sirvan de despensas vivientes.



Las recolectoras las sobrealimentan con el liquido, haciendo que sus abdómenes se hinchen hasta alcanzar el tamaño de un guisante, es decir, unas ocho veces lo normal. Cuando están a punto de reventar, las elegidas se cuelgan del techo en una galena del hormiguero, como si fueran una pierna de jamón ahumado.



Cuando llega la estación seca, estos "odres de miel" alimentan a sus compañeras regurgitando el liquido poco a poco, hasta que se vacían por complete Luego se encogen, mueren y se les desecha como si fueran envases comunes.

domingo, 18 de enero de 2009

Los cnidarios

Estamos seguros que más de un lector debe haber encontrado sobre la arena una Fiscalía (Physalia) o «fragata portuguesa» como se les llama comúnmente constituida por un flotador ovalado de unos 8 a 15 cm lleno de gas al cual se unen largos tentáculos, algunos de ellos muy urticantes, que producen un gran ardor y sensación de quemazón al tocarlos, por lo que se recomienda tener mucho cuidado al manipular estos animales.



Estos organismos tienen la peculiaridad que constituyen una colonia, integrada por varios individuos donde cada uno realiza una función a saber: los gonozoides se encargan de la reproducción, los gastrozoides de la alimentación y los dáctilo zooides de la defensa.



El grupo de los cnidarios



También se puede encontrar Velella, de unos 2 a 5 cm de diámetro, de forma oval con una pequeña vela ubicada dorsalmente que le permite flotar y con la colonia en su parte ventral.


Similar a Velella es Porpita pero de forma circular.



Tanto estos dos animales mencionados así como Fisalia se incluyen dentro del grupo de los CNIDARIOS pues poseen en sus prolongaciones una gran cantidad de células especializadas denominadas cnidocitos, que en su interior contienen miles de nematocistos. Cuando la sustancia urticante de miles de estos nematocistos es descargada para capturar sus presas o como defensa porque roza a una persona, es generada nuevamente en 48 horas.

sábado, 3 de enero de 2009

Las ballenas del desierto

Océano Pacífico. Costa de la Baja California. Yves Omer, Bernard Delemotte y Albert Falco siguen a una ballena. Su lancha neumática levanta el motor cada vez que el cetáceo sube a la superficie para respirar, e intenta seguir su trayectoria cuando se sumerge. La persecución dura desde hace una hora. Cada vez que el cetáceo resopla, la lancha neumática se encuentra bien situada respecto a él. Ivés Omer se ha sumergido tres veces con la cámara, pero sólo ha podido obtener unos primeros planos fragmentarios de la cabeza de la ballena.




La tarde va transcurriendo y no nos quedan más que dos horas para conseguir nuestro propósito. Juzgar cuál es el momento propicio para zambullirse resulta extremadamente difícil: si el buceador penetra demasiado pronto en el agua, la ballena hace un giro para evitarlo; pero si se sumerge demasiado tarde, sólo verá pasar delante de su objetivo la cola del animal. Cuando decidimos filmar a las ballenas grises de California durante su migración, pensábamos que sería relativamente fácil captarlas al pasar. En cualquier caso, queríamos recoger informaciones precisas sobre su actitud durante su largo desplazamiento, que las lleva en otoño desde el mar de Bering hasta las cálidas bahías de la Baja California. Pero...




Exploración de las ballenas del desierto




«¡Cuidado!» El grito de Bebert se pierde en el estrépito del agua que se arremolina y salpica. Desde el puente de nuestro barco comprendemos difícilmente lo que ha ocurrido. La lancha neumática estaba en buena posición, los hombres listos para la acción, y de repente todo estalló. Sin duda, la ballena, encolerizada, ha reaccionado bruscamente, a menos que haya dado un coletazo involuntario. El bote neumático es lanzado por los aires y los hombres desaparecen en el mar.




Delemotte se queda atrancado durante un instante entre el cuerpo de la ballena y la lancha. «Mi pierna, mi pierna», gime Omer. En la superficie, Bebert se debate enredado en un embrollo de cabos... Más tarde, cuando hacemos balance del incidente, podemos decir que hemos tenido suerte. Omer, que ha chocado con el borde flexible del bote neumático sólo tiene luxación de rodilla. Delemotte ha sido bamboleado, pero se recupera muy rápidamente.

viernes, 2 de enero de 2009

La ballena Moby Dick


Y no era tanto su enorme tamaño, ni su extraño color, ni incluso su mandíbula inferior deforme lo que la hacía terrible, sino su inteligencia sin igual, que, según informaciones fiables, había demostrado en muchos combates. Sus retiradas traicioneras asustaban tal vez más que todo el resto.


Se sabe de sobra que varias veces, mientras huía de sus cazadores victoriosos con todos los síntomas del pánico, había dado bruscamente media vuelta y, echándose sobre ellos, había destrozado sus embarcaciones o los había lanzado aterrados sobre sus barcos.» (Moby Dick.)




Terror de los balleneros y maldición del capitán Achab en la obra maestra de Melville, el cachalote blanco simbolizaba a todas las ballenas y focalizaba los terrores que inspiraban.


Era el fantasma de las pesadillas de los hombres desesperados, o de los aventureros que, a cambio de un miserable salario, se embarcaban durante largos meses en sólidos veleros a la persecución del monstruo.


Una vez localizado el rebaño, se botaban las chalupas, también llamadas balleneras. En un mar hostil y peligroso, seis hombres en una barca de nueve metros acosaban a un cetáceo de 15 a 18 metros. A fuerza de remos, la ballenera alcanzaba al animal. Se producía entonces el choque, la lucha cuerpo a cuerpo. El arponero lanzaba su arma provista de una larga cuerda. El animal herido huía precipitadamente, arrastrando a la chalupa en su carrera demencial, entrecortada por buceos, bruscos giros y formidables coletazos. Durante la persecución, que duraba a veces horas, la vida de los hombres estaba en constante peligro.




La caza de la ballena Moby Dick




Pero el enorme animal acababa por agotarse al desangrarse, y la chalupa se le acercaba. Un hombre armado de una lanza apuntaba a un punto concreto, cerca del ojo del animal herido, y lo mataba. Remolcado hasta el barco, el cadáver se ataba a estribor, la cola dirigida hacia la proa, y el descuartizamiento empezaba. En el transcurso de cuatro o cinco horas, el animal era cortado en trozos.


Se derretía la grasa en enormes calderos. La cabeza de un solo cachalote daba varios barriles de espermaceti, ese aceite muy puro y valioso que se empleaba en relojería y en la fabricación de cosméticos.


En las visceras del cetáceo se encontraba a veces ámbar gris. Esta sustancia olorosa, que se forma en el intestino del animal, es probablemente el residuo de la digestión de los calamares, y su valor resulta todavía hoy muy elevado. La masacre duró años y los animales fueron escaseando cada vez más. Afortunadamente para ellos, el petróleo sustituyó al aceite de cetáceo para el alumbrado.




La caza de la ballena tuvo un período de descanso. Pero en 1868, el noruego Svend Foyn puso a punto una invención que impulsó nuevamente la actividad de los balleneros: se trataba del cañón lanzaarpones, capaz de clavar a distancia un arpón de cabeza explosiva en el cuerpo del animal.


Unido a la propulsión a vapor, otro descubrimiento de aquella época, el cañón permitió acosar a los rorcuales (ror-cual azul, rorcual franco, yubarta), intocables hasta entonces debido a su rapidez. Al principio del siglo XX volvió la caza a gran escala, después de que se descubriera que el aceite de cetáceo podía utilizarse en la fabricación de margarina y de otros productos alimenticios, farmacéuticos e industriales. Los despoblados mares de la región septentrional y templada del globo fueron abandonados, y los barcos se dirigieron a las ricas aguas del Antartico. Prepararon en primer lugar bases terrestres para tratar a los animales cazados, pero con posterioridad la técnica se mejoró hasta llegar a los modernos barcos factoría, que sirven de base a las flotas balleneras.


La matanza de los rorcuales azules en el Antartico culminó entre los años 1930 y 1940, en los cuales se mataron anualmente unos 30.000 ejemplares. El número de grandes cetáceos descendió peligrosamente. Después de la pausa debida a la guerra, y a pesar de que los rebaños no se habían rehecho durante el período de interrupción de la caza, nuevas naciones practicaron esta actividad. Más de 45.000 cetáceos (rorcuales azules, cachalotes, rorcuales comunes, etc.) fueron abatidos anualmente.



En 1949 se creó en Londres la Comisión Ballenera Internacional (CBI), que fija los cupos por especies y que define las características de las ballenas que pueden ser cazadas cada año. La tragedia de las ballenas no ha terminado, sin embargo: varios países, en especial la Unión Soviética y el Japón, se niegan a aplicar las recomendaciones de la CBI. Sus flotas son incontrolables e incontroladas.