sábado, 18 de abril de 2009

Las morsas

Ha llegado la hora de enfrentarnos por primera vez a un rebaño de morsas del Ártico. Después de mucho buscar en la nieve y la bruma, y con la ayuda de nuestro guía esquimal, en apariencia indiferente a las condiciones climáticas para nosotros insoportables, encontramos por fin las morsas en esta herniosa mañana primaveral. Amontonadas unas sobre otras, van a la deriva sobre un témpano de hielo.




Los manuales de zoología nos enseñan que se trata de mamíferos pinnipedos cuyo nombre científico es Odebenus rosmarus. Los esquimales las llaman a veces «las que marchan con los dientes». De hecho, es común ver a una morsa izarse sobre el hielo sirviéndose de los dos largos colmillos que caracterizan a la especie.




Importancia de las morsas para los hombres del ártico




Los machos miden entre tres y cinco metros, y las hembras tres metros aproximadamente. Los primeros pesan entre 1.000 y 1.500 kilogramos; las segundas cerca de 800. La especie se divide en tres subespecies: las morsas del Ártico, las del mar de Laptev y las del Pacífico. Algunos autores hacen otra clasificación, que comporta solamente dos subespecies. Se calcula que, a mediados del siglo XVIII. vivían en el Pacífico unas 200.000 morsas. En la actualidad quedan menos de 45.000.


Anualmente, una parte de esta población desaparece todavía a manos de los cazadores; por desgracia, el índice de natalidad entre las morsas apenas supera el 10 por 100. Al final, no se puede sino temer la extinción de la especie. Sin embargo, algunas de las medidas de protección adoptadas recientemente hacen pensar en su supervivencia. Hoy día, sólo los esquimales y los chukches —población indígena del extremo nororiental de Asia— pueden cazar morsas, estando estrictamente limitado por la ley el número de animales abatidos.




Pero, ¿por qué esta caza despiadada, que ha reducido la población de morsas al grado de amenazar la supervivencia de la especie?




La respuesta es sencilla. Para los hombres del Ártico, la morsa representa una fuente de subsistencia que responde a sus necesidades fundamentales. La muerte de una morsa asegura por mucho tiempo la vida de toda una familia esquimal.

Liberacion de los osos marinos

Día 16 de abril. Una jornada de gran importancia para Cristóbal y Pepito. Por primera vez, después de treinta y seis días de navegación, vuelven al mar. Un mar muy diferente del que conocían. El Calypso ha echado anclas en Tobago Cays, en la isla Granadina. Con redes, hemos cerrado una pequeña bahía rocosa donde los osos marinos sudafricanos nadarán en compañía de los hombres.

Falco y Coli serán sus compañeros de inmersión. Pepito está tranquilo, y Cristóbal se adapta poco a poco a la vida en común con Bébert, que nunca le deja solo. Falco es el primero en echarse al agua, mientras deseamos que a Cristóbal —el rebelde— no se le ocurra alejarse y huir. Por fortuna, nos equivocamos de medio a medio. Permanece tranquilo junto a su amigo, al contrario que Pepito, el cual manifiesta su independencia nadando rápidamente alrededor de la bahía, tratando de descubrir dónde se encuentra, y por dónde podría escapar.



Durante unos días, los hombres nadan junto a los osos marinos. Viendo que todo transcurre normalmente, y que los animales se han acostumbrado a su nuevo habitat y que les agrada echarse al agua con sus amigos, decido pasar a la siguiente etapa del experimento, cuyo éxito depende enteramente del grado de confianza que los osos marinos hayan adquirido respecto de sus compañeros humanos.

Deseamos fervientemente que ya para entonces se hayan establecido los mismos lazos entre ellos que los que, desde hace milenios, unen al perro y al hombre. El 1 de mayo. Falco y Coli se zambullen nuevamente, con las manos llenas de calamares frescos para incitar a Pepito y Cristóbal a seguirlos. Sólo unas boyas al cabo de unas cuerdas que les hemos atado, podrán ayudarnos a recobrar a los dos pinnipedos si deciden aventurarse a alta mar.



Liberacion de los osos marinos al mar



Pero la experiencia adopta un aspecto positivo. Nadando cerca de Coli y de Falco, las otarias se dirigen hacia el fondo de la bahía para reanudar los juegos a los que están habituadas en su «privado» parque submarino. Esta nueva iniciativa, coronada por el éxito, me convence de que los animales están dispuestos a afrontar una nueva prueba de confianza: la del hombre y el mamífero marino totalmente libres en la inmensidad oceánica. Experiencia crucial...



En la mañana del 3 de mayo, izamos a bordo las redes. Pepito y Cristóbal ignoran evidentemente que hoy nadarán a mar abierto sin la menor traba, que serán perfectamente libres de escapar, y que sólo su propio deseo podrá retenerlos cerca de los hombres que, desde hace días, los han mimado, nutrido y acariciado con afecto y dedicación. Por el contrario. Coli y Falco se preguntan angustiosamente sobre el resultado de su trabajo: ¿se han ganado definitivamente la amistad y la confianza de estas graciosas criaturas?



Pepito es el primero en sumergirse, seguido por Raymond Coli. Luego se echan al agua juntos Falco y Cristóbal. Los osos marinos suben rápidamente a la superficie, como para orientarse; los hombres se quedan parados y esperan. Entonces, sin la menor vacilación, Pepito y Cristóbal se les acercan para invitarlos a jugar. Inolvidable momento: ha nacido una verdadera amistad.



Cuando los cuatro suben a bordo, se disipan los escrúpulos que desde hace días me atormentaban. Ahora sé que el hombre no es necesariamente sinónimo de peligro y de muerte para las otarias. He comprobado, con mucho agrado, que mi propia especie y el mamífero marino pueden vivir juntos, como amigos leales, por poca.