sábado, 15 de noviembre de 2008

Vida en libertad de los osos marinos

Un día descubrimos en el fondo del agua los cañones de un galeón español, que —¿quién sabe?— puede que contenga un tesoro... Apasionados en seguida por este trabajo de investigación sobre el pecio. Falco y Coli no se dan cuenta de inmediato de que Cristóbal presta oídos complacientes a la llamada de la libertad. Quien lo advierte es Maritano, nuestro capitán. Tras una zambullida más prolongada que de costumbre, Cristóbal ha sacado la cabeza fuera del agua a buena distancia de las burbujas emitidas por las escanfadras de los buceadores, y nada rápidamente en dirección opuesta a donde está el Calypso anclado. Los hombres han exterminado desde hace tiempo a las focas fraile, parientes de los osos marinos que poblaban en otro tiempo el mar Caribe, y éste no es el lugar ideal para una otaria guiada por sus instintos nómadas. Seguimos a Cristóbal con los prismáticos mientras Coli se dispone a alcanzarlo con el bote neumático y prepara trozos de calamar como cebo para hacer que el animal dé media vuelta. Pero Cristóbal está ya muy lejos...




Desesperado, Pepito vaga por cubierta buscando a su amigo, sin lograr entender que Cristóbal ha partido para siempre. Tampoco se sabe explicar por qué los hombres están tan apagados y silenciosos, sin ganas de divertirse. Sus largos baños matinales han sido suprimidos, y el Calypso se ha puesto nuevamente en movimiento. Solicita frecuentemente de Raymond caricias y consuelo... En el muelle de San Juan de Puerto Rico, donde hemos fondeado, los pescadores cuentan una historia que nos hace prestar oído atento. Hace unos días, un pescador capturó en el mar una otaria, una criatura extrañamente familiar que en pocas horas se ha tragado 20 kilogramos de pescado, el fruto de toda una jornada de labor. Después de mucho pensarlo, el pescador ha decidido mirar por su presupuesto vendiendo la otaria... Encontramos a este hombre, que nos da otros detalles. Y no nos cabe ya duda.




Como es la vida en libertad de los osos marinos




¡No resulta fácil recuperar a Cristóbal.' Desconfiada e interesada, la mujer que lo ha comprado se aviene, no obstante, cuando le prometemos que figurará en una secuencia de nuestra película sobre los osos marinos, puesto que ha contribuido a salvar a uno de ellos. Pagamos la nota (¡estratosférica!) que nos presenta como indemnización por los gastos (!) que ha tenido para mantener a Cristóbal. ¡Pobre Cristóbal! Le encontramos en pésimas condiciones, mal alimentado, delgado y doliente, en una balsa de plástico inflable en medio de excrementos. Le llevamos de nuevo a bordo del Calypso en automóvil. En el muelle de San Juan, el comité de recepción incluye fotógrafos, operadores de la televisión local, periodistas, la tripulación del Calypso en pleno y Pepito, que es el primero en precipitarse para abrazar al amigo recobrado. Nosotros mismos estamos en un estado deplorable. Las emociones del viaje han desencadenado en Cristóbal un cólico incontenible... El automóvil apesta verdaderamente.




El cocinero de a bordo ha preparado calamares a la provenzal, el plato preferido de Pepito y Cristóbal, que compartimos con ellos en una confusión indescriptible. A la mañana siguiente, la historia, pasablemente aumentada, aparece en la prensa local, y los habitantes de San Juan se precipitan a bordo para ver al héroe del día. Tras nuestra sonrisa hospitalaria se oculta la prisa por volver al mar lo más pronto posible, pues Pepito y Cristóbal están bastante perturbados con todos estos acontecimientos.




Dos semanas después de su vuelta a bordo, Cristóbal cae enfermo. En realidad nunca se ha repuesto totalmente de las consecuencias de su fuga, de su estancia en un estanque demasiado pequeño y lleno de excrementos, y sin duda también del régimen alimentario que ha tenido durante este período. El médico de a bordo hace lo que puede, pero el animal se encuentra en un estado crítico. No sirven para nada ni inyecciones de cardiotónicos ni, incluso, masaje al corazón. Cristóbal muere.




También para Pepito la aventura toca a su fin, pero afortunadamente de forma menos trágica. Unas semanas después, el Calypso se adentra en el Pacífico por el canal de Panamá. Quiero liberar a Pepito en una zona donde pueda sobrevivir.


A lo largo de la costa peruana, paramos máquinas cerca de las islas Chíneos, pobladas por osos marinos de la especie Arc-tocephalus australis. Más pardos que Pepito, tienen la nariz algo más larga, pero son ciertamente aptos para vivir con él. Capturamos e izamos a bordo a una de estas otarias para que los biólogos la examinen, pidiéndoles que comprueben si está sana y presenta las características necesarias que garanticen una feliz estancia de Pepito en la colonia.


Pero, desdiciendo todas las conclusiones de los biólogos, Pepito se arroja al agua —nunca lo había hecho antes— y escapa... Es la mejor solución, sin duda alguna. Personalmente, lo habría pasado mal de tener yo que tomar la iniciativa de la separación; lo mismo sentirían todos los demás del Calypso. Preferimos que él haya partido por sí mismo, y únicamente deseamos que haya encontrado, en los antípodas de su isla natal, un modo de vida natural y agradable, similar al que habría llevado si los hombres no le hubieran arrebatado de su hábitat de origen.

0 comentarios: