Un público heterogéneo de niños y adultos se aprieta codo con codo en las gradas alrededor de una inmensa piscina, más grande que las utilizadas para disputar las competiciones olímpicas de natación. En la plataforma elevada que pende sobre el espejo azul del agua se agita un hombre manipulando sucesivamente un pescado, balones, perchas; en una palabra, todo el atrezzo abigarrado del circo. A sus voces de mando, magníficos delfines de piel reluciente saltan valientemente fuera del agua o hacen mil cabriolas. El público se desternilla de risa.
Hace treinta años, ningún organizador de espectáculos hubiera podido imaginarse un número semejante. Hoy día, la presentación de delfines amaestrados es moneda corriente.
El hecho de que un delfín jamás haya mordido o atacado a un ser humano, su extrema docilidad y su excepcional capacidad de imitación, que le permite aprender rápidamente los números que se le enseñan, han incitado a investigadores y científicos, así como a los organizadores de espectáculos lucrativos, a capturar y amaestrar a estos mamíferos para tratar de hacer de ellos animales domésticos.
Los biólogos y etólogos se han interesado particularmente en la especie Tursiops truncatus, el delfín mular, considerado como el más dócil para ser domesticado; pero recientemente se ha descubierto que la mayoría de los odontocetos se prestan con facilidad a los experimentos y están dotados de la misma capacidad de aprendizaje.
Para juzgar el éxito obtenido hasta hoy con los delfines, no hay que olvidar que fueron necesarios miles de años para que los animales domésticos que ahora conocemos se hicieran lo que hoy día son: el desenlace de una larguísima selección operada a través de innumerables generaciones y cruces.
Tratándose de mamíferos marinos, nuestros logros no han hecho más que empezar: fue en 1964 cuando por primera vez delfines amaestrados para llevar a cabo una misión específica fueron soltados en el mar. Por lo demás, hasta ahora se conocen 70 especies de pequeños cetáceos, incluidos los delfines. Si el hombre quiere crear una relación de colaboración y de amistad con los delfines, debe armarse de mucha paciencia y emplear mucho tiempo antes de esperar obtener resultados tangibles. El amaestramiento de delfines en cautividad es el último de una serie de problemas. Para el que ama a los animales, el más serio es el de su captura.
La multiplicación de los centros de diversión llamados Marinelands ha suscitado la aparición de unos personajes especializados en el arte de capturar mamíferos marinos para venderlos, ya amaestrados o todavía «salvajes».
Como es la relación del delfín con el hombre
Como los cazadores de animales destinados a los zoológicos y los circos, estos individuos son en general negociantes sin escrúpulos. Lo único que les importa es el dinero; tratan a los animales como mercancía y no como seres vivos dignos de respeto y de comprensión. La captura entraña a veces heridas o incluso la muerte de los sujetos elegidos; pero la abundancia de delfines permite este «desperdicio». El problema del shock físico y psicológico sufrido por el cetáceo a causa de una captura traumatizante efectuada con medios expeditivos, no preocupa para nada a estos traficantes. Ellos saben que no se puede prever de qué forma el prisionero se va a adaptar a la cautividad. Los reacios junto con los menos «buenos» serán de todas maneras eliminados.
Y es un gran problema. Un cierto número de cetáceos aceptan en pocos días ser alimentados por la mano del hombre, evolucionando en el limitado espacio de una piscina y viviendo solos o cerca de delfines de otros rebaños (o de otras especies). Pero son más numerosos los animales que rehusan todo alimento y se refugian en un rincón de su prisión, donde se dejan morir si no se les suelta prontamente. Nadie sabe, por lo demás, si los animales reanudan sin mayor dificultad el hilo normal de su existencia después de haber recobrado su libertad. Tal vez queden marcados para siempre por la experiencia brutal de la captura.
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