Los hombres de guardia del Calypso nos señalan la presencia de una masa blancuzca que flota en la superficie del océano Indico.
¿De qué se trata? Cada indicio que nos da el mar es un fragmento de la liada madeja de los acontecimientos que ocurren en la extensión marina. Océano de múltiples misterios.
El trozo de calamar gigante que identificamos es un enorme pedazo de aleta caudal, sin duda los restos del formidable festín de un cachalote. La espalda y los flancos de estos mamíferos están a menudo cubiertos de cicatrices. Son las huellas de las heridas que les infligen sus presas habituales, los calamares de las profundidades, en el transcurso de los terribles combates que se libran en la noche abisal.
Si un trozo todavía fresco de calamar flota en superficie, es que los cachalotes no deben de estar lejos, y nos preparamos para nuestra caza..., eminentemente pacífica. Falco, nuestro «arponero», escoge un arpón ligero, concebido para clavarse en la grasa subcutánea de los cetáceos y no penetrar más profundamente.
En efecto, una ballena herida sangra mucho, hasta que acaba por desangrarse, ya que su sangre coagula con mucha dificultad. Como algunas famosas familias reales, las ballenas padecen hemofilia. Por supuesto, no queremos que muera ningún animal. Para Falco, la elección del arpón es una operación delicada: para todos nosotros significa la línea divisoria entre la investigación científica y la matanza.
La caza del bebe cachalote
Una vez localizado el rebaño, nos acercamos todo lo posible, y paramos los motores del Calypso. Bebert desciende a la lancha neumática provisto del arpón, de una boya y del kytoon, globo de aluminio que utilizaremos como referencia para controlar con el radar la posición del animal arponeado. Falco se acerca a un gran cachalote, gira a su alrededor, lanza su arma. ¡Bravo! Ahora actúa para que la boya atada al cable del arpón (con una longitud de 900 metros) flote libremente. Al igual que el kytoon al que está unida, nos informará sobre los movimientos submarinos del cetáceo. ¡No tuvimos suerte! El cachalote se sumerge verticalmente, la cola dirigida hacia el cielo, y desaparece a una velocidad increíble.
El cable se desenrolla durante varios minutos, la boya se hunde, la cuerda que ataba el kytoon se rompe bruscamente y el globo se va volando al capricho del viento. Hay por lo menos un lado positivo: ¡hemos demostrado que los cachalotes alcanzan y sobrepasan la profundidad de 900 metros! El rebaño de cetáceos no se ha alejado. Tal vez estos animales esperan a ver cómo se van a desarrollar los acontecimientos entre su compañero perseguido y los hombres.
Los cachalotes viven en clanes muy unidos, compuestos de un gran macho (el «pacha») que da protección a un grupo de hembras, su «harén». Los machos jóvenes que siguen a esta «familia» desafían a veces al propietario del «harén». Cuando uno de ellos vence, el derrotado abandona el rebaño, se aleja en solitario y se dirige generalmente hacia las zonas más frías del océano. Así se ex-pHca la presencia, en el Artico y en el Antartico, de grandes machos aislados que los balleneros de antaño habían bautizado con un magnífico apodo: los «emperadores».
Una madre acompañada por su cría nada más lentamente y se dirige hacia la proa de nuestro barco. Dada la temprana edad del pequeño, será tal vez más fácil arponearle. Hasta que se emancipan, los jóvenes no se sumergen a grandes profundidades.
Les hemos visto varias veces esperar en la superficie el regreso de sus madres sumergidas en busca de comida. Aislando al joven cachalote esperamos poder estudiar sus reacciones, las de su madre y las del grupo completo, del que se dice que nunca abandona a ninguno de sus componentes con problemas. Lanzada a toda velocidad, la lancha neumática gira varias veces alrededor del pequeño cachalote para aislarle.
Esta técnica ha sido puesta a punto por Bebert, que ha descubierto que los cetáceos se inmovilizan, desorientados, cuando se les encierra en un carrusel infernal. El ruido de los motores perturba de forma insoportable sus sistemas de ecolocación. ¡Ya está! El arpón se ha hundido en la grasa del joven cetáceo, que no parece muy molesto y que sigue nadando sin dar muestras de sufrimiento. Sin embargo, el sentimiento de culpabilidad que experimentamos nos incita a sumergirnos para ver cómo sigue.
El cable de la boya se ha liado alrededor de su cola, pero el animal no parece nada molesto. ¡Mejor! El cable debería frenarlo como un lazo frena a un caballo desbocado. Después de izar la señal que advierte a los otros barcos que el Calypso no es dueño de sus maniobras, empezamos un experimento sin precedentes.
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