Todos los amantes del mar han soñado algún día en entablar amistad con un delfín y montar a caballo sobre él para evadirse hacia la inmensidad de los espacios oceánicos. Desde la más remota antigüedad, los hombres que habitan las costas se han maravillado ante los juegos de estos alegres animales, que disfrutan de una vida feliz y despreocupada si la juzgamos con nuestros criterios humanos.
Sin embargo, los delfines siguen siendo misteriosos desde muchos aspectos. En el transcurso de los treinta últimos años se han ido acumulando múltiples informaciones sobre su comportamiento.
Se han recogido numerosas informaciones en los delfinarios, creados en muchos países para ofrecer a los curiosos y a los investigadores la posibilidad de un contacto con los animales difíciles de seguir en su medio natural. Pero la cautividad es una situación anormal —productora de stress— para animales acostumbrados a la libertad y confinados en pequeños recintos. Por supuesto, el comportamiento de los delfines cautivos se parece al que tendrían en libertad, pero a veces es también diferente, y no sólo en aspectos secundarios.
La mayoría de los etólogos deben contentarse con este tipo de datos, ya que, en el estado actual de la tecnología marina, es imposible que los observadores puedan permanecer durante largos períodos cerca de los animales que viven en pleno océano y recorren grandes distancias.
Comportamiento de los delfines en libertad
No me doy fácilmente por vencido. He intentado filmar a los delfines en libertad, y los buceadores del Calypso se han esforzado durante meses para estudiar los lazos que, a lo largo de la historia de los pueblos mediterráneos, han unido al hombre con los delfines. En el transcurso de nuestra encuesta sobre los delfines, me llegaron de distintas fuentes relatos de relaciones amistosas entabladas espontáneamente entre el hombre y los delfines, y tampoco faltan los precedentes históricos consignados en los textos.
Delfos, el santuario más famoso de la antigüedad, debe su nombre a este animal. Apolo se habría presentado bajo el aspecto de un delfín en la costa escarpada que se extiende a los pies del monte Parnaso. Los fenicios y los griegos, dos grandes pueblos marinos, estaban convencidos de que la presencia de los delfines en las cercanías de un navío era un buen augurio, y que su repentina desaparición presagiaba la tempestad. Los delfines que capturaban sin querer eran soltados rápidamente.
Este mamífero marino estaba presente en los frescos, las cerámicas, las monedas y los escudos. Los griegos y los etruscos lo consideraban un símbolo de suerte, como atestiguan claramente algunas pinturas que lo representan saltando ante la proa de un barco, que a su vez tiene forma de delfín. Hay innumerables ejemplos históricos, literarios y artísticos que celebran esta amistad. Son incontables los relatos de naufragios evitados por los delfines, y las descripciones de gestos afables que estos cetáceos realizaron hacia los humanos. Hace unos años, los científicos mostraban un profundo escepticismo hacia estas historias, que se enfrentaban a su mentalidad racionalista y empírica.