Macizas y pesadas, dotadas de aletas pectorales largas y finas, las yubartas (Megaptera novaeangliae), también llamadas ballenas xibartes, al sumergirse arquean su espalda como si tuvieran una joroba.
Bajo la superficie entonces impenetrable del mar, los balleneros no podían sospechar la belleza, el encanto fluido de estos misticetos, ni el impresionante despliegue de sus aletas pectorales blancas. Viajeras infatigables, las yubartas migran con regularidad desde las aguas polares hacia los mares tropicales, y viceversa.
Por lo general se las encuentra en el Caribe hacia la mitad de febrero, especialmente en los canales poco profundos que dividen al archipiélago de las islas Vírgenes. La caza de la ballena xibarte está prohibida por la Comisión Ballenera Internacional, como lo está la de las diferentes ballenas francas, la del rorcual azul y la de la ballena gris. En la actualidad se pueden elaborar los productos obtenidos tradicionalmente de las ballenas sin tener que recurrir al exterminio de los cetáceos.
Estos han proporcionado durante decenios materiales básicos en la fabricación de bienes de consumo: aceite bronceador, lápiz de labios, jabón, margarina, alimentos para perros y gatos, abonos, aceites de alumbrado, sin olvidar las famosas ballenas de los corsés y paraguas, fabricadas a partir de las barbas de los misticetos. Hoy día existen en todos estos casos productos sustitutivos. «¡Resopla. Allí, allí, allí!» La tripulación del Calypso utiliza el grito tradicional de los antiguos balleneros para indicar que una ballena ha sido avistada. Provistos de cámaras, Francois Dorado, Raymond Coli y mi hijo Philippe embarcan en una lancha neumática. Este macho solitario, probablemente el explorador y cabecilla de un rebaño que se dirige hacia el norte, mide 16 metros y pesa unas 50 toneladas.
Como es la vida de las yubartas
Después de subir a la superficie para respirar, desciende rápidamente a unos treinta metros de profundidad. Desde el helicóptero gracias al cual dirijo las operaciones, lo veo evolucionar en el seno de las aguas como una enorme nave con alas delta.
Veloz, Raymond Coli se introduce en el agua encima de la silueta estilizada del animal. Por supuesto, un buceador no es capaz de nadar tan rápidamente como una ballena, y la única cosa que puede hacer Raymond es enfocarla unos pocos segundos para obtener unas imágenes al pasar. Propulsada por su potente cola, la yubarta boga sin esfuerzo a 10 kilómetros por hora. Si siente la necesidad, puede mantenerse a velocidades de 20 ó 30 kilómetros por hora: filmarla bajo el agua es cuestión de suerte. En la proa de la lancha neumática lanzada a toda velocidad, Philippe espera el momento de zambullirse para recoger a su vez una imagen del animal.
Con esta técnica, después de un día entero de trabajo, decenas de inmersiones y kilómetros de acrobacias en la lancha, llegamos al resultado de unos pocos metros de película utilizable, en los que sólo aparece la silueta decepcionante de una gran cola que se aleja... Con un aletazo, la yubarta gira bruscamente para huir de Philippe, que se encuentra allí, en algún lugar bajo la espuma.
Luego realiza una ágil media vuelta. Una vez más, Philippe ha sido despistado. Desde el cielo, me doy cuenta de las dificultades de la empresa. Los esfuerzos de los buceadores y de los operadores, por muy expertos que sean y por muy entrenados que estén, resultan irrisorios frente a la agilidad, la potencia y la masa de estos animales marinos, que quizá nos consideren como nosotros consideramos a las hormigas.
De todas las ballenas de gran tamaño, la yubarta es la más juguetona. Se la ve a menudo saltar muy alto por encima de las olas antes de caer con gran estrépito. Es también muy hermosa. Una antigua ley inglesa la designaba como el «pez real». El término pez resulta evidentemente impropio para definirla, pero su aspecto es en verdad real.
La cara inferior de su aleta caudal parece formada de piel de armiño, y sus aletas laterales, de una longitud igual al tercio del cuerpo, son también de una blancura resplandeciente. Nuestra amiga la ballena xibarte, que acaba de gastar una broma a Philippe, parece atraída por los remolinos que provocan bajo la superficie del mar las palas del helicóptero. Viene a refrescarse debajo de este ventilador gigante. Después de abonadonarnos tras un potente coletazo, nos observa y nos saluda cordialmente con su aleta.